lunes, 19 de marzo de 2012

Nick Cave & The Bad Seeds - Into My Arms



I don't believe in an interventionist God
But I know, darling, that you do
But if I did I would kneel down and ask Him
Not to intervene when it came to you
Not to touch a hair on your head
To leave you as you are
And if He felt He had to direct you
Then direct you into my arms

Into my arms, O Lord
Into my arms, O Lord
Into my arms, O Lord
Into my arms

And I don't believe in the existence of angels
But looking at you I wonder if that's true
But if I did I would summon them together
And ask them to watch over you
To each burn a candle for you
To make bright and clear your path
And to walk, like Christ, in grace and love
And guide you into my arms

Into my arms, O Lord
Into my arms, O Lord
Into my arms, O Lord
Into my arms

And I believe in Love
And I know that you do too
And I believe in some kind of path
That we can walk down, me and you
So keep your candlew burning
And make her journey bright and pure
That she will keep returning
Always and evermore

Into my arms, O Lord
Into my arms, O Lord
Into my arms, O Lord
Into my arms

domingo, 11 de marzo de 2012

We're trying, Murakami (...but not quite)

"En líneas generales, estoy de acuerdo con la idea de que escribir novelas es una labor insana. Cuando nos planteamos escribir una novela, es decir, cuando mediante textos elaboramos una historia, liberamos, queramos o no, una especie de toxina que se halla en el origen de la existencia humana y que, de ese modo, aflora al exterior. Y todos los escritores, en mayor o menor medida, deben enfrentarse a esa toxina y, sabedores del peligro que entraña, ir asimilándola y capeándola con la mayor pericia posible. Porque sin la intervención de esa toxina no se puede llevar a cabo una auténtica labor creativa en el sentido verdadero del término (les pido perdón por la extraña metáfora que ahora emplearé, pero puede parecerse al hecho de que la parte más sabrosa del pez globo sea precisamente la más cercana al veneno). Y a eso, se mire por donde se mire, no se le puede llamar una actividad «saludable».
Dicho de otro modo, por su origen, los actos artísticos contienen en sí mismos agentes insanos y antisociales. Admito esto sin paliativos. Precisamente por ello, no son pocos los autores (y en general los artistas) que se degradan en relación a los estándares que marca la vida real o que se envuelven en el hábito de lo antisocial. También esto puedo comprenderlo. O, mejor dicho, son fenómenos innegables.
No obstante, creo que aquellos que aspiran a dedicarse a escribir novelas profesionalmente durante mucho tiempo tienen que ir desarrollando un sistema inmunitario propio que les permita hacer frente a esa peligrosa (a veces incluso letal) toxina que anida en su cuerpo. De esa manera podrá ir procesando, correcta y eficazmente, una toxina cada vez más potente. En otras palabras: podrá ir creando historias cada vez más poderosas. Pero, para poder generar y mantener a largo plazo ese sistema autoinmune, se necesita una cantidad de energía nada despreciable, energía que deberá obtener de alguna parte. ¿Y dónde se obtendrá esa energía, sino en la propia fuerza física de base?
No me gustaría que me malinterpretaran, pues tampoco pretendo decir que ésa sea la única vía correcta para un escritor. Del mismo modo que hay varios tipos de literatura, hay también varios tipos de escritores, cada uno con su propia visión del mundo. Abordan cosas distintas, como también lo son sus objetivos. De ahí que para los novelistas no exista nada calificable como la única manera correcta de hacer las cosas. Es lógico. Pero, si me permiten que les hable de mi caso concreto, les diré que, en mi opinión, el aumento de esa «fuerza física de base» es uno de los elementos indispensables para embarcarse en creaciones de cada vez mayor envergadura y estoy convencido de que se trata de algo que merece la pena (o, cuando menos, de que es mucho mejor llevarlo a cabo que no). Y, aunque sea algo muy trivial, como se dice habitualmente: «Si algo merece la pena, entonces merece poner en ello todo el empeño (e incluso a veces un poco más)».
Para tratar con cosas insanas, las personas tienen que estar lo más sanas posible. Ésa es mi teoría. Lo que es tanto como decir que los espíritus insanos necesitan también, por su parte, cuerpos sanos. Dicho así, puede sonar paradójico. Pero eso es algo que siento vivamente en mi propio cuerpo desde que me convertí en novelista. Y es que lo sano y lo insano no se hallan en polos opuestos. Tampoco se enfrentan entre sí. Se complementan mutuamente y, en algunos casos, pueden contenerse mutuamente de forma natural. A menudo, la gente que tiende a lo sano sólo piensa en lo sano, y la que tiende a lo insano sólo piensa en lo insano. Pero esas inclinaciones extremas impiden que la vida resulte de veras fructífera.
Autores que de jóvenes escribían obras excelsas y bellas, llenas de fuerza, han visto cómo, al llegar a cierta edad, acusaban una intensa extenuación. A esa peculiar forma de fatiga le va como anillo al dedo la calificación de «agotamiento literario». Quizá sus obras sean, como siempre, hermosas. Y aunque quizá su forma de agotarse posea también cierto encanto, es evidente que su energía creativa ha ido decayendo. Supongo que se debe a que la energía física de esos autores ya no es capaz de superar a la toxina con la que lidiaba a diario. La vitalidad física con la que hasta ahora se imponían naturalmente a esa toxina ha tocado techo y ha ido perdiendo su efecto inmunitario. En consecuencia, ahora les resulta muy difícil realizar una labor creativa. Se ha quebrado el equilibrio entre su imaginación y la vitalidad que la sustentaba. Tan sólo les queda utilizar sabiamente los métodos y técnicas que han cultivado hasta ese momento y aprovechar esa suerte de calor residual para, simplemente, ir haciendo ajustes de carácter formal en sus obras. Por decirlo de una manera muy prudente, me temo que sus existencias han tomado un rumbo poco agradable. Hay incluso quienes, llegados a ese punto, deciden poner fin a sus vidas. Otros deciden abandonar por completo la labor creativa y seguir otros derroteros.
A mí, de ser posible, me gustaría no llegar a «consumirme» de ese modo. La literatura en la que yo pienso es algo más espontáneo, más centrípeto, dotado de una energía positiva natural. Para mí, escribir una novela es enfrentarse a escarpadas montañas y escalar paredes de roca para, tras una larga y encarnizada lucha, alcanzar la cima. Superarse a uno mismo o perder: no hay más opciones. Siempre que escribo una novela larga tengo grabada esa imagen en mi mente.
Ni que decir tiene que, en algún momento, uno tiene que perder. Lo queramos o no, nuestro cuerpo se deteriora con el paso del tiempo. Antes o después, es derrotado y se extingue. Y, si el cuerpo se extingue, el alma (seguramente) tampoco tendrá a donde ir. Soy plenamente consciente de ello. Pero me gustaría retrasar, siquiera un poco, la llegada de ese momento (aquel en que mi vitalidad empiece a verse derrotada y superada por la toxina). A eso aspiro como escritor. Además, hoy por hoy, no tengo tiempo de «consumirme». Precisamente por ello, aunque me digan: «Eso no es propio de artistas», yo sigo corriendo."

Fragmento de "De qué hablo cuando hablo de correr". Haruki Murakami. Tusquets editores

lunes, 5 de marzo de 2012

One Caress



Well I'm down on my knees again
And I pray to the only one
Who has the strength
To bear the pain
To forgive all the things that I've done

Oh Girl
Lead me into your darkness
When this world is trying it's hardest
To leave me unimpressed
Just one caress
From you and I'm blessed

When you think you've tried every road
Every avenue
Take one more look
At what you found old
And in it you'll find something new

I'm shying from the light
I always loved the night
And now you offer me eternal darkness

I have to believe that sin
Can make a better man
It's the mood that I am in
That left us back where we began